En la más absoluta puridad,no me
gustan los musicales. Adoro las historias sencillas, cercanas, de
personas de a pie con las que puedo empatizar durante hora y media, y
viajar a mundos tangentes al mío no más que por ese breve lapso de
tiempo. Así pues antes de abordar el tsunami emocional de Los
miserables cometí el insensato error de leer las opiniones de
avezados críticos del séptimo arte. La mayor parte de ellas
calificaban con un suspenso el trabajo de dirección de Tom Hooper.
Abusos en exceso del zoom de la cámara, un repertorio exagerado y
excesivo de planos cortos con apenas escenas de grandes batallas, un
movimiento continuo de la cámara que podía marear al espectador
obligado durante dos horas y media a leer los subtítulos y a seguir
con su mirada el ir y venir de los personajes, todo ello aderezado con una historia archiconocida cuyo argumento carecía de
sorpresas para el paciente observador sentado en su butaca dispuesto,
a pesar de todo, a dejarse llevar. Tres oscar, tres globos de oro,
cuatro premios Bafta, tres Satellite Awards... sin embargo, en
aquellos días parecía que si eras un purista, profundo, sesudo
intelectual, amigo de la diferencia, no podía gustarte una película
aparentemente sensiblera y llena de excesos sentimentaloides,
realizada al albur de unos actores fantásticos aunque sin chicha y
sin sesgos espirituales.
Yo soy telúrica, de a pie, del vulgo,
no sé nada de zoom ni técnicas de dirección, yo voy al cine a
sentir, a emocionarme, a volar. Y cuando Anne Hathaway canta I
dreamed a dream, la emoción me desarbola. Está fantástica,
creíble, auténtica, radiante, salvajemente triste, angelical. Es
Fantine quien te da la pista de qué has ido a ver, qué hay detrás
de la pantalla, qué puedes encontrarte. Y cuando uno sabe lo que
puede esperar, es capaz de disfrutar cada segundo con la miel en los
labios, y se sorprende con la voz de Javert (Russell Crowe) y la
sensibilidad de Jean Valjean ( Hugh Jackman), y te apetece bailar,
cantar, ser revolucionario, luchar, derrocar al tirano,
conseguir la libertad.
Es cierto, en general no me gustan los
musicales. Pero de vez en cuando está bien ser infiel a uno mismo, y
hacer lo que no sueles hacer, dejar lo que para ti es grande,
emocionante, trasgresor, y visitar otros mundos, otras coordenadas.
Solo así te das cuenta que hay belleza en cualquier rincón,
esquina, vértice, ojos, pieles. Y que eres más purista, más amigo
de la diferencia, más grande, más trasgresor cuanto más ves,
sientes, lees, viajas, vuelas, vives.
Los miserables, en la esquina
superior derecha de la estantería dedicada al séptimo arte en
nuestra biblioteca del Trampal.
Marta Sánchez Flores
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