He comprado una entrada para un encuentro en casa de Los Weston, en Pawhuska, Oklahoma. Al parecer, invita John Wells, la reunión durará 121 minutos. Aunque me encontraré con algunos hombres, Ewan McGregor, Sam Shepard, Chris Cooper (nos dará una desternillante y maravillosa bendición, interminable y esperpéntica, digna de lo mejor de los hermanos Marx), es fundamentalmente un portal a un universo de miserias, envidias, mentiras, falta de afectos, puro y estrictamente femenino. La anfitriona, Violet, una tal Meryl Streep, en pugna clara y directa con Blue Jasmine, para algo es la mejor actriz de todos los tiempos, nos deleitará con su vida, su forma de enfrentarse a sus miedos, su mediocridad, su cobardía, sus adicciones, su manera de huir de la realidad drogándose e hiriendo a todo aquel que está a su alrededor; su turbador, desconcertante y enfermizo modo de criar a sus hijas Barbara, Karen e Ivy; su altivez desproporcionada claro reducto de sus complejos y sus desdichas ante esa negativa voraz de respirar en pos de la búsqueda de la felicidad.
Tracy Letts, el ganador de
un premio Pulitzer en 2008 por una obra de teatro que inspiró esta velada,
sugiere que vayamos desnudos, sin prejuicios, tabúes, recelos, dispuestos a
sentir, a sentir a lo bestia, preparados para ser despedazados, magullados,
puestos ante un espejo, prestos para que nos
recuerden que el amor es el mejor viaje, salvoconducto, vereda, escalera,
el amor incondicional, los sentimientos, los afectos. Que no se necesita más que querer, querer
sin límites, y demostrarlo a cada rato, para ser la mejor madre del mundo. Que
el único sentido de la existencia es ser feliz, y como suelo decirle a mis
alumnos, hay que ser muy valiente para serlo.
Por Marta Sánchez Flores