Una
novela sobre la tempestuosa relación que mantuvieron dos de las
mujeres más importantes de nuestra historia: santa Teresa de Jesús
y la princesa de Éboli. Durante el reinado de Felipe II, dos mujeres
-Ana de Mendoza, princesa de Éboli, y santa Teresa de Jesús-
sostienen una batalla sin cuartel y se abren paso, cada u na a su
manera, en un mundo que pretende aplastarlas. La primera, en busca
del triunfo mundano, trata de alcanzar la supremacía entre los
grandes de España; la segunda, en busca de la unión plena con Dios,
planta cara al fariseísmo religioso y burla las asechanzas del poder
político.Deseosas ambas de hacer realidad sus anhelos interiores,
acabarán enfrentándose cuando Ana de Mendoza requiera a Teresa de
Jesús para que funde bajo su patrocinio un convento en Pastrana. A
regañadientes, Teresa accederá a los deseos de la princesa, pero no
tardarán en saltar chispas... En El castillo de diamante, Juan
Manuel de Prada narra con gran brío y donaire este enfrentamiento, a
la vez que se adentra en el alma de dos mujeres singulares e
irreductibles y nos ofrece una visión sorprendente y original de una
época en la que las expresiones más variadas de la fe religiosa
libraban cortejo y combate con el poder político. Y todo ello con un
estilo que bebe en las fuentes de la espiritualidad teresiana, la
novela picaresca, el esperpento valleinclanesco y el humor
cervantino. La aventura de la santidad y la disputa por el poder
presentadas como una novela de caballerías a lo divino, en una obra
que se inscribe en la mejor tradición de la literatura española
SOBRE EL AUTOR
Juan
Manuel de Prada nació en Baracaldo (Vizcaya) en 1970. Siendo
aún muy niño, sus padres volvieron a su tierra de origen, Zamora,
donde Juan Manuel pasaría su infancia y adolescencia. En diversos
artículos y entrevistas Juan Manuel de Prada ha destacado la
importancia que en aquellos años de formación tuvo la figura de su
abuelo, que le enseñaría a leer y escribir a una edad muy temprana,
antes incluso de ir a la escuela. Con su abuelo solía ir a la
biblioteca pública de Zamora casi todos los días; allí, mientras
su abuelo consultaba la prensa, se empezaría a fraguar su vocación
literaria. Lector voraz y también omnívoro, Juan Manuel de Prada
cultivó desde la infancia gustos lectores bastante eclécticos; en
alguna ocasión ha declarado que es capaz de disfrutar por igual de
Marcel Proust y de Agatha Christie A
los dieciséis años escribe su primer relato, El
diablo de los destellos de nácar,
inspirado en una excursión en compañía de su abuelo, con el que
obtendrá un segundo premio en un certamen literario. En los años
sucesivos, llegará a escribir cientos de cuentos, muchos de ellos
premiados en concursos de ámbito nacional. Son, casi siempre,
relatos en los que el ingrediente fantástico asoma pudorosamente. En
el futuro, quienes deseen conocer a fondo la obra de Juan Manuel de
Prada habrán de espigar entre publicaciones municipales y antologías
descatalogadas para recomponer, siquiera mínimamente, el mapa de su
prehistoria literaria. De aquellos años data un volumen de relatos
titulado Una
temporada en Melchinar,
hoy inencontrable. También por aquellos años completó la
traducción de algunas novelas de estética pulp,
a las que siempre ha sido muy aficionado
LA CRÍTICA
Juan
Manuel de Prada y «El castillo de diamante»: la princesa contra la
santa
¿El odio? ¿La envidia? ¿Qué separó a dos mujeres tan distintas a simple vista como Teresa de Ahumada y Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli? ¿Y qué las unió, además del destino? ¿Quizá la admiración? El castillo de diamante es la propuesta que hace uan Manuel de PJrada para responder a estas preguntas. Repito: la propuesta. Porque el autor de Las máscaras del héroe y Morir bajo tu cielo no nos cuenta qué pasó, sino qué cree él que pasó. Qué pudo suceder.«Caballera andante de Su Majestad» –es decir, de Dios–, así se ve Teresa: «Mujer ruin y con más pecados que lunares es lo que soy». A pesar de ello, vive entre arrobamientos y, en más de una ocasión, al ir a comulgar, tiene que asirse a la reja que le separa del sacerdote para que su cuerpo no se eleve hasta el techo, prodigio que demuestra su amor de Dios. Hay veces que, en el refectorio, cuando los pies de Teresa se despegan más de un palmo del suelo, su fiel Isabel de Santo Domingo debe tirarle del hábito, impidiéndole que eche a volar. Y es que Teresa, para sentirse viva, «necesitaba platicar con Su Majestad y dejar que se le metiese hasta las cocinas del alma»; ese alma que, según ella, es un castillo de diamante.
El castillo de
diamante parte de una atractiva proposición, la de la compleja
relación que mantuvieron dos de las mujeres más poderosas de su
época: Teresa de Jesús y la Princesa de Éboli. En la interacción
entre la noble y la Santa, Prada teje un completo tratado sobre las
pasiones humanas. De alguna manera, la Princesa de Éboli de Prada es
la réplica o la curiosa némesis de Santa Teresa; es la envidia de
la noble por no encontrar el amor de Dios de Teresa el motor del
libro. La recreación que hace Prada de Santa Teresa triunfa
por lo arriesgado: va y viene de la comicidad cotidiana al
misticismo, pero vive por sí misma, y de alguna manera guarda no
pocas similitudes con la sor Lucía de Morir bajo tu cielo,
tanto que parece un boceto aventurero de la Santa.
Mª Vega de la Peña
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